La liberación femenina o la libertad desmesurada
Arturo
Moreno Baños
La liberación femenina surge como una gran necesidad ante las
demandas de los nuevos enfrentamientos en los que vive la humanidad y que se
pueden percibir a diario con grandes cambios sociales y culturales.
La caridad parecía fluir de su persona de manera natural.
Hombre virtuoso, sencillo y generoso; obispo de Michoacán (1678) y arzobispo de
México (1682-1698), don Francisco de Aguiar y Seijas era acérrimo enemigo de
las corridas de toros, las peleas de gallos y muy particularmente de los juegos
de azar.
Pensaba que con
“gallo de pelea, buen caldo”, de ahí que gran parte de sus esfuerzos para
encaminar a las almas novohispanas por el sendero del bien fueran destinados a
erradicar el ocio que generalmente se materializaba en una partida de naipes,
el correr de las apuestas y grandes borracheras con chiringuito. La gente
reconoció sus méritos y en poco tiempo “comenzó a hacerse amar, por su
bondadoso carácter”. No era
pera menos, su obra material comprendía además, la fundación del anhelado
Colegio Seminario, un hospital para mujeres dementes y dos casas de
recogimiento –la Misericordia y la Magdalena- para “malas mujeres”. Parecía un santo en la Tierra, y sin embargo, don Francisco
tenía un grave defecto:
“Aversión decidida –escribió Francisco Sosa- era la del
arzobispo hacia las mujeres; tan exagerada, que podría calificarse de verdadera
manía. Consta que desde sus primeros años evitó su trato y proximidad, y no hay
por qué extrañar que, ya sacerdote, ni aun el rostro hubiese querido mirarlas.
En su servidumbre jamás permitió mujer alguna; en sus frecuentes pláticas
doctrinales atacó con vehemencia cuantos defectos creía hallar en la mujer; por
su propia mano cubrió la cabeza a una que se hallaba sin tocas en el templo;
siendo arzobispo se resistía a visitar a los virreyes por no tratar a sus
consortes, y lo que es mas notables todavía, prohibió, pena de excomunión, que
mujer alguna traspasara los dinteles de su palacio arzobispal”.
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