La Capilla de San Sebastián Chimalistac: un recuento de su historia



La Capilla de San Sebastián Chimalistac: un recuento de su historia



Ana Laura Torres Hernández
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM




La capilla de San Sebastián Chimalistac se ubica al sur de la ciudad de México en la calle de nombre San Sebastián, que desemboca en la plaza Federico Gamboa. Aunque actualmente el inmueble pertenece a la jurisdicción de la delegación Álvaro Obregón, en tiempos coloniales formó parte del señorío de Coyoacán. 


Imagen 1.


Sobre el origen de Chimalistac, en la Historia general de las cosas de la Nueva España, Fray Bernardino de Sahagún da algunas referencias útiles que permiten rastrear el sitio geográfico y el valor simbólico que tenía para los indígenas del altiplano central. Al detallar las celebraciones que se realizaban durante el quecholli, catorceavo mes que iniciaba el día 20 de octubre según el calendario indígena, Sahagún indicó que éste estaba dedicado para ofrecer sacrificios a los dioses, y con la finalidad de llevarlos a cabo los indios preparaban lanzas y escudos blancos que llevaban consigo a diferentes puntos del señorío.[1] Justamente el término Chimalistac es una palabra del náhuatl que significa “en el lugar de los escudos blancos”.[2]

Fue sólo hasta la segunda mitad del siglo XVI que este antiguo punto de reunión indígena adquirió popularidad también entre los recién establecidos españoles, ya que se propagó el rumor de que el lugar era tan saludable por sus condiciones y ubicación, que era perfecto para resguardarse en caso de epidemias. De hecho, la advocación que se dio a la primera construcción religiosa erigida en el lugar fue hecha a San Sebastián, mártir cuya vida terrenal se ubica entre los siglos III-IV d.n.e en la actual Italia, y cuya devoción más conocida es contra las epidemias.


Antes del periodo colonial, esta zona estaba bajo el control de Cuauhpopocatzin, señor de Coyohuacan y hermano de Moctezuma, pero con el establecimiento del Marquesado del Valle, Hernán Cortés se adueñó de las tierras para después devolverlas a Juan de Guzmán Ixtolinque, hijo de Cuauhpopocatzin, y quien le había salvado la vida en batalla.

A la muerte de este personaje, su hijo Felipe de Guzmán Ixtolinque vendió dos terceras partes a los frailes carmelitas, que emplearon el terreno para ampliar la huerta del convento del Carmen. De las huertas de Chimalistac se dice que eran las más fértiles del señorío de Coyoacán, ya que eran regadas por el río Magdalena, que hoy pasa por las tuberías subterráneas.

Se dice que la construcción de la capilla de San Sebastián fue antecedida por una más modesta realizada por el propio Juan de Guzmán Ixtolinque y que se mantuvo en pie durante el periodo de 1525 a 1569. La capilla de San Sebastián, al menos su nave central así como la cruz atrial, fue construida por los carmelitas hacia 1585, cabe destacar que aun cuando le fue asignada una nueva advocación cristiana, el nombre de Chimalistac no se eliminó ya que era el referente que vinculaba a los indígenas con el sitio y sólo mediante ese nexo sería posible mantener la afluencia de fieles, pues la finalidad era emplear ese sitio como capilla abierta para oficiar misas.

La torre-campanario que acompaña la construcción es del siglo XVII, aunque no se sabe con exactitud de qué año, ya que sólo tiene la siguiente inscripción: “Deste año de 169[] se acabó esta torre de Ntro. Sr. San Sebastián.” Fue durante ese mismo siglo cuando se agregaron las ventanas octogonales que se encuentran en los muros laterales de la nave principal. 

En cuanto a los alrededores de la capilla, fue hasta 1620 que se fundó la iglesia de San Jacinto y entonces San Sebastián pasó a formar parte de su jurisdicción eclesiástica. Entre 1855 y 1863, tiempo durante el que se dictaron las las Leyes de Reforma, la iglesia fue abandonada casi por completo y esto propició su deterioro estructural, lo que derivó en su cierre definitivo durante la década de 1920.

Ya en 1930 se comenzó a restaurar y dar mantenimiento a la capilla para poder reabrirla a la feligresía, el resultado fue tan satisfactorio que en 1932 se reanudó el culto en el lugar y la Comisión de Monumentos y Bellezas Naturales de México lo declaró monumento nacional el 1 de septiembre de ese mismo año. Se dice que la iniciativa de reavivar la belleza de este edificio tuvo como aliciente el trabajo literario de Federico Gamboa, quien ubicó la trama de su novela Santa (1903) en el barrio de Chimalistac, si consideramos que fue en 1931 cuando la obra de Gamboa llegó a la pantalla grande, es inevitable suponer que este hecho atrajo nuevamente la atención de los ciudadanos al barrio de Chimalistac.

Para 1953, un grupo de católicos alemanes reunieron fondos para restaurar la iglesia y la tomaron desde entonces como lugar de reunión de los católicos alemanes en México. En 1961 este grupo solicitó al arzobispo de México que San Sebastián Chimalistac les fuera asignada como parroquia de los alemanes en nuestro país, y ese mismo año se les otorgó la petición. En 1964 se declaró como parroquia territorial y así permanece el nombramiento hasta la actualidad.

I.                    Arquitectura del recinto

La capilla de San Sebastián Chimalistac es uno de los pocos edificios del siglo XVI que se conservan en esta zona de la Ciudad de México, junto con la capilla de Santa Catarina ubicada en el actual centro de Coyoacán.

     Una de las características que da mayor riqueza a este legado arquitectónico es que fue edificado empleando materiales naturales y oriundos de la zona, como la cantera, la piedra volcánica y la madera. La orientación de la capilla apunta hacia la salida del sol, pues las misas se oficiaban por la mañana, momento en el cual el altar quedaba completamente iluminado gracias a la luz natural. 




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Según expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), encargados de dar mantenimiento al edificio en la actualidad, la capilla mide 15.60 m. de largo, 5.10 m. de ancho y 6.55 m. de altura.

Estructuralmente destaca su arco central, actual entrada de la capilla, y los tres más ubicados en los costados pero que hoy están tapiados. La sencillez de su arquitectura así como las referencias prehispánicas que dan cuenta de la importancia del sitio antes de la Conquista, permiten suponer que el objetivo primordial del edificio fue utilitario, pues se trataba de aprovechar el reconocimiento del lugar por parte de los indígenas para consolidarlo ahora desde el aspecto religioso.

La cruz atrial se conserva en el mismo lugar donde fue puesta en el siglo XVI. Si se observa a detalle es notorio que tiene el leño vertical más alto de lo común, mientras que en sus extremos hay figuración vegetal parecida a la flor de lis y en la parte inferior están representados huesos descarnados. Finalmente, al centro se aprecia una corona de espinas formada por 36 motivos que parecen representar chalchihuites. 

                                                                        Imagen 3.

    La fachada de la capilla no tiene un estilo definido pues se ha modificado desde que fue reabierta en 1932 y así sucesivamente hasta la década de 1960.

    En el centro del edificio está la entrada principal enmarcada por un arco de medio punto, éste está flanqueado por dos pares de columnas circulares rematadas por un sencillo entablamento. Encima de éste hay un nicho de piedra en forma de concha, y a su vez sobre éste hay una cruz hecha con ladrillo. Cabe recordar que, a excepción del arco y la cruz, ninguno de los otros elementos formaba parte de la estructura inicial del edificio, ésta era mucho más modesta debido a que el elemento fundamental estaba dado por el espacio mismo y la interacción que ocurría al exterior, donde actualmente se ubica la cruz atrial.

   Al sur del edificio se encuentra el campanario conformado por tres cuerpos, éste se construyó en la década de 1690, mide 8.8 m. por lado y 15.9 m. de alto.
     


                                                                           Imagen 4.


   En el primer cuerpo se aprecian dos pequeñas linternillas para la iluminación interior. De ese mismo periodo data la construcción del presbiterio, éste mide 6.70 m. de largo y 5.85 m. de ancho. La sacristía y su coro ubicados al fondo, fueron edificados sobre el terreno de un cementerio que se extendía hasta donde ahora está el busto de Federico Gamboa, detrás de la capilla.

En cuanto al interior, el retablo que adereza el altar llegó a la capilla aproximadamente en 1940 proveniente de la iglesia de la Piedad, que fuera demolida en 1935. El retablo es del siglo XVIII, y se compone de cinco medallones que cuentan los misterios del rosario. En el centro del retablo hay una escultura de talla en madera que representa a San Sebastián mártir y está datada en el siglo XVII. 

                                                             Imagen 5.

II.                    Una mirada al presente

En la actualidad la capilla de San Sebastián Chimalistac constituye un centro de reunión dominical de gran popularidad en la zona sur de la Ciudad de México, después de la iglesia del Carmen. Los vecinos de la zona han hecho de la plaza exterior de la capilla un punto de encuentro cotidiano en donde se acomunan inclusive para dirimir cuestiones relacionadas con su vida diaria, por ejemplo, la seguridad en la colonia, la asignación de los lugares de estacionamiento, etc.

            Para poder determinar el valor que tiene la capilla en la actualidad entre los lugareños y visitantes, me di a la tarea de ir una semana completa al sitio, así realicé las fotografías que acompañan las descripciones del edificio y pude conversar con las personas que encontré. Al final logré entablar un diálogo más o menos nutrido con 6 personas: el sacristán de la actual iglesia, un par de visitantes casuales, un vigilante y dos personas que supervisaban las tareas de conservación en el edificio. De hecho, en una charla con uno de los arquitectos pude corroborar los datos de medición antes consignados y que había obtenido previamente en una visita a la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del INAH.

            De este breve ejercicio antropológico resulto que, por un lado, el sacristán consideraba que aunque la cantidad de personas que asisten a los oficios dominicales es bastante buena, pocos de los feligreses tienen en cuenta el valor histórico del edificio en el que se encuentran y a ese hecho atribuye que se destinen pocos recursos a la conservación del inmueble, que en ciertas temporadas sufre daños debido a la falta de conciencia de quienes por ahí transitan.

            Los dos visitantes que intercepté en la plaza exterior de la capilla eran turistas que vinieron de Monterrey a la Ciudad de México con motivo de la celebración de Semana Santa. Ambos estaban fotografiando la fachada del edificio cuando me acerqué para preguntarles qué les llamaba la atención del mismo, a lo cual respondieron que les parecía curiosa la dimensión del templo en relación con otros que habían conocido en el Centro Histórico. Quise saber también si conocían algo de la historia del inmueble y por qué se habían interesado en ir a conocerlo, a lo que me contestaron que en realidad no sabían que al pasar por ahí se encontrarían con esta capilla, que parecía aislada del mundo en una especie de islote urbano, el motivo que los había llevado a recorrer esa ruta era otro, pues les habían dicho que andando por ahí llegarían más rápido hacia avenida Insurgentes.

            Al vigilante lo encontré una tarde sentado en una de las bancas de la explanada de la capilla, me acerqué para preguntarle si estaba ahí por parte de alguna institución de gobierno, como el INAH por ejemplo, para resguardar el edificio. Sin embargo, el motivo que lo mantenía ahí era distinto, pues el comité de vecinos del lugar había determinado pagar vigilancia privada para resguardar esa calle porque se habían suscitado dos robos de auto en el último mes.
            Finalmente, los dos supervisores de las obras de conservación que se realizaron en la capilla durante la primera mitad de abril de 2015, sí provenían del INAH y en ese caso la charla versó sobre su labor en ese momento, aproveché además para preguntar cuestiones de la estructura del edificio, como las medidas con las que lo tienen registrado y las implicaciones que tiene darle mantenimiento.

Al respecto vale la pena mencionar que aunque la capilla se encuentra en buen estado debido al uso cotidiano que mantiene al inmueble “con vida”, debido al presupuesto destinado para la conservación de todos los inmuebles patrimoniales sólo de la Ciudad de México, es imposible atender sus necesidades con la frecuencia requerida. En esta ocasión particularmente se estaban encargando de reforzar la impermeabilización del techo para evitar filtraciones graves durante la próxima temporada de lluvias, además de que resanaban algunos detalles de la fachada principal con ayuda de unos andamios, esto puede apreciarse en una de las imágenes anteriores.

En suma, como es evidente las historias que se entretejen en un mismo edificio son múltiples y para el caso de la capilla de San Sebastián Chimalistac, la longevidad de su arquitectura permite dar cuenta de múltiples transformaciones que aun en el presente se pueden observar. Esto hace del edificio una fuente valiosa que beneficia la contextualización del inmueble con su entorno y sociedad, pues cada cambio está siempre acompañado de una circunstancia que lo justifica, así como cada elemento estructural o decorativo conservado también es un ejemplo útil para hablar de aquello que para las personas de hoy en día sigue siendo significativo.


III.                    Bibliografía consultada

Archivo Geográfico de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos.
Del Valle Arizpe, Artemio, "Nuestra Señora de la Piedad", en Olavarría, Roberto, México en el tiempo. El marco de la Capital, México, Excélsior, 1994.

Kubler, George, “Arquitectura religiosa: templos de una nave” en Arquitectura mexicana del siglo XVI, 2ª ed., México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p.289-348.

La Ciudad de México en el tiempo: http://laciudaddemexicoeneltiempo.blogspot.mx/

Martínez, Ildamaría, San Sebastián Chimalistac. Ciudad de México, CONACULTA, INAH, 1996.
Sahagún, Fray Bernardino de, Historia general de las cosas de la Nueva España, t. I, Barcelona, Red Ediciones, 2011.

San Ángel. Una invitación a su rescate, México, Editorial Mapas, 2007.

“San Sebastián Chimalistac” en Ciudad de México, SECTUR [http://www.mexicocity.gob.mx/detalle.php?id_pat=3619]
TLAHTOLNECHIKOLLI. DICCIONARIO NAWATL MODERNO [http://www.vcn.bc.ca/prisons/dicc-zon.pdf]

Oles, James, “Conquest and negotiation (1520-1600)” en Art and Architecture in Mexico, Londres, Thames & Hudson, 2013, p. 18-53.

Tovar de Teresa, Guillermo, La Ciudad de los Palacios: crónica de un patrimonio perdido, vol. 1, México, Vuelta, 1990.

Zea Prado, Elena, “Datos para la historia de la capilla de Chimalistac” en Estudios acerca del Arte Novohispano: Homenaje a Elisa Vargas Lugo, México, UNAM, 1983.


Semblanza de la autora:

Ana Laura Torres Hernández es licenciada en Historia por la UNAM, concluyó la maestría en Historia del Arte (Estudios Curatoriales) en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM donde participó en la curaduría de la exposición: La ciudad está allá afuera. Demolición, Ocupación, Utopía, exhibida en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco del 26 de noviembre 2016 al 2 de abril 2017. En 2012 participó en el proyecto Prototipo de Catalogación para el Museo de Arte Moderno, INBA.

También, es profesora de la asignatura “Patrimonio, museos y divulgación del arte”, en el Colegio de Historia, FFyL-UNAM. En 2011 estudió un curso estivo de Lengua y Cultura italiana en la Universidad de Udine, Italia y cursó un semestre de su licenciatura en la Universidad de Ferrara en Italia. Sus líneas de investigación son: Difusión y divulgación del Patrimonio Cultural, Historia del Arte Moderno desde las Vanguardias Históricas y Filosofía del Arte.

 La Lic. Torres es autora de diversos artículos y ponencias. Algunos son “Pecado, recogimiento y conversión. Un proyecto contra la prostitución femenina en la Ciudad de México del siglo XVII” publicado en el número 25 del Boletín de Monumentos Históricos del INAH, y “El historiador y el patrimonio inmueble. Un vínculo en construcción”, publicado en 2016 en la revista Intervención de la ENCRyM.




NOTA:  este artículo se publicó en primera instancia en el sitio web: "Patrimonio Virreinal",  la autora autorizó su publicación en este medio, del cual estamos muy agradecidos por su disponibilidad y  compartirnos esta historia. ¡Gracias ! 















[1] Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, t. I, Barcelona, Red Ediciones, 2011, p. 93 y p. 159-162.
[2] Su nombre significa “lugar de escudos blancos”, del náhuatl chimalli, escudo, rodela, e ixtac, blanco. Vid. TLAHTOLNECHIKOLLI. DICCIONARIO NAWATL MODERNO [http://www.vcn.bc.ca/prisons/dicc-zon.pdf]

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