Soldados irlandeses e ingleses en Huejutla en 1847






Hilario Herrera Tapia


A mediados del siglo XIX, México disputaba una de las guerras más cruentas contra los Estados Unidos, acontecimiento del que se habla muy poco debido a sus resultados fatales. Esta guerra es conocida por la pérdida de los territorios del norte (Alta California, Colorado, Oregón, Nuevo México y Texas). La mala organización y el reclutamiento de leva del personal mexicano fue una de las piezas claves de la derrota del ejército mexicano en el periodo que abarca de 1846 a 1848 contra las bien instruidas tropas de los generales  Winfield Scott y Zachary Taylor.

Las batallas disputadas y ganadas en el norte del país fueron la chispa que llenó de confianza a los “gringos” para empezar a ocupar las principales ciudades y puertos del país; entre estos últimos, tomaron los del Pacífico y del Golfo de México y con ello la capital del país. La batalla de Monterrey, ocurrida en 1846, es una de las principales de conocer y mencionar, porque ahí participaron enrolados en el ejército mexicano los conocidos “San Patricios”: soldados irlandeses que desertaron de las filas del ejército norteamericano debido las injustas humillaciones y maltratos que recibían de éstos. La religión en común (católica) entre irlandeses y mexicanos fue el camino idóneo para que se propiciara esta unión, aunque los militares mexicanos tuvieron que ver de igual forma en dicha deserción, pues emprendieron una campaña invitando a los irlandeses a dejar de pelear del lado de los norteamericanos, uniéndose al bando mexicano, prometiéndoles tierras, un lugar para vivir y la nacionalización mexicana al término de la guerra.

Más tarde, algunos irlandeses (y posiblemente alemanes, ingleses, y franceses) liderados por el irlandés John Riley, partieron rumbo a Coahuila, donde participaron en la batalla de La Angostura en 1847; posteriormente, estuvieron en San Luis Potosí, donde algunos tomaron camino con dirección a la ciudad de México; otros recibieron la orden del general Antonio López de Santa Anna de engrosar las filas de la tropa nacional en Veracruz, para defender el puerto de la llegada de los soldados del general Scott. Algunos tuvieron participación en la batalla de Cerro Gordo en abril de 1847. Llama la atención que a pesar de ser bautizado con el nombre de Batallón de San Patricio con  unos doscientos hombres para aquella fecha, existían todavía algunos irlandeses e ingleses que se encontraban bajo la hegemonía de los norteamericanos. Hubo casos donde algunos llegaron a escapar como fue el caso del irlandés Peter Domeley, quien fue desertor del ejército enemigo que se encontraba en Tampico, donde se desempeñaba como tambor mayor de aquella línea militar. Éste llegó a la cabecera de Huejutla que se encontraba bajo el mando militar mexicano del general Francisco Garay, quien lo recibió en su cuartel y después lo envió a la ciudad de México con el señor Ministro de Guerra, para incorporarse al Batallón de San Patricio.

El prefecto de Huejutla, el señor Cristóbal Andrade, conoció a este irlandés -a quien tal parece que vio con grandes actitudes-, lo recomendó con las autoridades mexicanas de los distritos aledaños a Huejutla cuando éste emprendió su viaje a la ciudad de México. El prefecto pidió que se le proporcionaran alimentos durante su tránsito, pues probablemente algunos mexicanos desconfiaran de él por tener ciertas similitudes con los norteamericanos, aunque es de suponerse que iba custodiado por elementos del general Garay.

Asimismo, a la mencionada población llegaron dos capitanes y un ciudadano de origen inglés que militaban en la tropa norteamericana, sus nombres eran: Mr. James Learg,  Mr. Robert Barnard y Mr. Edward V. Childe, los tres desertaron para enrolarse del lado mexicano; éstos estaban ansiosos de pelear en contra de los norteamericanos, o al menos eso es lo que describen los informes de la línea militar de Huejutla al ministro de Guerra y Marina, documentos que obran bajo estricto rigor en el Archivo Histórico de la Secretaria de la Defensa Nacional (SEDENA). Lo más probable es que los tres ingleses corrieron con el mismo destino que el irlandés Peter Domeley. La llegada de estos soldados a Huejutla puso en aprietos al general Francisco Garay, quien como ya se ha dicho, era el responsable de la defensa militar de este lugar. En una carta enviada a la ciudad de México en ese mismo año, Garay pide al ministro de Guerra y Marina su consejo en cuanto a qué hacer con los desertores que habían llegado a Huejutla. Desde febrero de 1847 habían llegado un  total once irlandeses y tres ingleses a Huejutla.

Al general Francisco Garay le afligía que en los días siguientes llegaran más desertores a este lugar, pues no tenía los recursos económicos para agruparlos en su cuartel. Hecho que se cumplió más tarde cuando llegó un danés de nombre Eduardo Manzo que desertó de la escuadra americana. Una de las deserciones que más llama la atención es la del joven mexicano Juan Guerra, quien originario de Veracruz y desde los siete años de edad vivía en los Estados Unidos, donde aprendió el oficio de carpintero. Con el estallido de la guerra entre ambos países, los norteamericanos lo obligaron a servir en el ejército estadounidense, viajando de Nueva York a Tampico, donde desertó. Hablaba mejor el inglés que el propio español y lo único que se sabe de él, es que fue a la ciudad de México sin saber mayor pista.

Una noche, al general Francisco Garay lo sorprendieron con la noticia de que habían llegado a Huejutla dos irlandeses más y un inglés que pertenecían a la división del general Patterson, que se encontraba en Tampico. Estos desertores, al igual que los demás, fueron enviados a la defensa de la ciudad de México. La deserción fue un hecho significativo para Huejutla, pues muchos de estos soldados participaron en la defensa del Convento de Churubusco el 20 de agosto de 1847; también es probable que varios de ellos murieran en aquélla batalla, y los que posiblemente fueron capturados por los norteamericanos, terminaron ahorcados en San Ángel y Mixcoac.  Algunos sobrevivieron ante el turbulento castigo,  quedando marcados para el resto de sus vidas con la letra “D” (desertor) en la mejilla de su cara, provocado con un hierro reposado en un fogón ardiente. Después de la guerra muchos decidieron regresar a Irlanda y algunos se quedaron a probar suerte. De los desertores europeos (alemanes, españoles y daneses) no se ha encontrado registro de sí alguno de ellos fue también castigado con la misma crueldad con la que se trató a los irlandeses. La prefectura de Huejutla fue el lugar idóneo para la llegada de muchos desertores del ejército invasor a principios y mediados de 1847,y pese a que su estadía no fue muy prolongada, este lugar se convirtió en el centro de reclutamiento de irlandeses y otros extranjeros para unir fuerzas al lado de los soldados mexicanos en contra del ejército estadounidense.     







Irlandeses en la defensa del Ex –Convento de Churubusco el 20 de agosto
de 1847, Estampería de Julio Michaud y Thomas.
         






  

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